RESEÑA DE LA CONFERENCIA DE MANUEL FERNÁNDEZ BLANCO “¿QUÉ SE QUIERE EN QUIEN SE AMA?”

El pasado viernes, 4 de octubre, organizada por el Instituto del Campo Freudiano de Alicante, tuvo lugar esta magnífica conferencia de Manuel Fernández Blanco.

Manuel comenzó la conferencia con una cita de Julio Cortazar conocida por todos para ilustrar que el amor no se elige, por que lo que uno encuentra, ya lo lleva consigo.

Así, nos introduce en que “no hay más sexualidad que la desviada”, y que esta desviación nos afecta a todos. En el ser humano el sexo es lo menos natural, ya que no está determinado ni por la biología ni por el instinto, sino por las identificaciones y por la marca que en cada uno dejó el encuentro con lo sexual.

Al faltar el instinto, no hay un lugar determinado para acoger lo sexual, por ello, la sexualidad, para el ser humano, es siempre una intrusión traumática. El aforismo de Jaques Lacan “no hay relación sexual” significa justamente que no hay un saber inscrito en ningún sitio sobre el sexo, a diferencia de los animales. Lo que hay es una ignorancia al respecto.

En el ser humano, Lacan distingue tres pasiones: el amor, el odio y la ignorancia. En la unión entre lo simbólico y lo imaginario está el amor. Solo en la ilusión del enamoramiento podemos creer que dos pueden hacer uno. Entre lo imaginario y lo real sitúa al odio. Este odio aparecería cuando ocurre algo que viene a tumbar la completud imaginaria. Por último, entre lo real y lo simbólico estaría la ignorancia, ya que no hay ningún saber que permita dominar la aparición del goce en el cuerpo.

Manuel nos señala que el amor es la dimensión que más participa de lo imaginario, siendo el odio la pasión más lúcida. De hecho, Lacan, en el seminario 20, inventa el neologismo “odioenamoramiento” para señalar que el amor incluye al odio. Sin embargo, Lacan, a diferencia de Freud, no coloca ambas dimensiones en el mismo plano, sino que para Lacan, el odio se dirige al ser del Otro. Manuel nos pone aquí como ejemplo la violencia a la mujer, lo que en no pocas ocasiones termina en feminicidio. El odio en general, siempre tiene que ver con el rechazo de aquello que habita en cada uno de nosotros y que nos hace otros para nosotros mismos. Lo más odioso es lo imposible de admitir en cada uno.

En relación con la ignorancia, Manuel nos comenta un hecho muy importante, y es que lo traumático no es lo sexual en sí, sino la ausencia de un saber con respecto a lo sexual. Por ello, el trauma es universal y todo encuentro con la sexualidad es inolvidable. Por ello también, el primer encuentro con lo sexual, de alguna manera, durará toda la vida.

Los encuentros entre hombres y mujeres siempre son distintos. Por ejemplo, en el fantasma histérico, el sujeto siempre se ve como objeto de una seducción. Por otro lado, en el hombre obsesivo, el goce se obtiene como algo que lo desborda, hay un exceso que lo violenta. De una forma u otra, nunca el encuentro es el bueno.

Freud descubrió que el amor respondía a una lógica, a unas condiciones de goce. Así, para cada uno, el objeto erótico tiene que reunir unas condiciones para poder ser elegido. Estas condiciones suelen llevar la marca inicial de aquel trauma, primer encuentro con lo sexual.
Freud en su artículo “Tres contribuciones a la psicología de la vida amorosa” intenta aclarar la condición de amor que gobierna la elección del objeto de goce. Así, el amor aparece como un velo al goce. El amor está al servicio de ignorar de qué se goza en quien se ama. Por ejemplo, cuando decimos de alguien que no es nuestro tipo, lo que queremos decir es que no tiene el rasgo que satisface nuestra elección particular. En este punto, nos señala Manuel, que reconciliarnos con nuestro rasgo de goce, es la mejor garantía para tolerar el goce ajeno.

Freud analiza algunas condiciones de amor, por ejemplo la de aquellos hombres que eligen mujeres infieles. En este caso, la mujer tiene que ser no toda suya para poder desearla, y si esta condición se modifica, el hombre, aunque se queje de ella, pierde su interés. Las condiciones son necesarias para que el deseo se sostenga.
La pasión de los celos es distinta en el caso de las mujeres. La mujer celosa supone que su hombre ama a todas las mujeres que le gustan a ella misma, suponiéndoles a ellas, el valor de poseer el secreto de la feminidad.

El amor es lo que vela estas condiciones de goce. El velo del amor, esconde el objeto de goce que hay en el otro. Ese objeto no es todo el otro, se trata de un objeto parcial, puede ser solo un rasgo que cumple la función de fetiche. Así, cuando creemos querer todo el otro, en realidad, queremos ese rasgo.
Lo que busca la pulsión no es todo el otro, sino solo ese rasgo. Este rasgo no tiene por que ser físico, puede ser también una mirada, un rasgo de carácter…etc. En la lógica masculina, el fetichismo es más material, más relacionado con lo físico, mientras que en la femenina, es el amor mismo, el que puede cumplir esta función.

Nos señala también Manuel, un hecho curioso, y es que, el rasgo que se busca en el otro, es nombrado más desde la injuria que desde las palabras de amor. Es por eso que Lacan dice, que no se conoce amor sin odio.

Las parejas formadas por una mujer histérica y un hombre obsesivo son muy frecuentes. Lo que garantiza el ser en el fantasma de la histérica es ser el objeto que le falta al Otro, y si éste no muestra su falta, es la violencia la que se desata en ella. Pero como su ser depende de causar el deseo en el Otro, su propio deseo queda opaco.
El hombre obsesivo, por su parte, intenta negar su falta a cualquier precio. Él huye de un amor particular, y lo dirige a al humanidad. El no puede amar, ya que no consiente en admitir que algo le falta, no puede asumir su castración. Él intentará siempre bastarse consigo mismo, por eso es muy frecuente que recurra a la masturbación, incluso después de las relaciones sexuales.

En cuanto a la dimensión del deseo, el obsesivo trata de buscarle algún defecto a la mujer para degradarla un poco, ya que para él, es difícil poder desear sin despreciar.

Según Freud, el hombre obsesivo transforma sus impulsos eróticos en agresivos hacia el objeto, produciendo así una sustitución del amor por odio (formación reactiva).

La gran demanda de amor de la mujer puede explicar los sacrificios que puede hacer por un hombre, lo que a veces se ha confundido con un masoquismo femenino. Pero no hay mujeres masoquistas, en realidad se trata de un fantasma masculino en el que se fantasea con ser mujer.

Así, vemos que el malentendido es la norma, por un lado ella demanda amor, y por el otro, él solo con sus objetos. Esta imposibilidad nos condena al “odioenamoramiento”. Aquí aparece la injuria dirigida al otro, donde a su vez, lo que se muestra es nuestro propio rasgo de goce más fundamental. Ese odio revela la dimensión del ser, lo que no soportamos en el otro, es lo más íntimo de nosotros mismos.

En la actualidad, se produce una depreciación del discurso del amor en las mujeres, que buscan compensar con la maternidad, sus dificultades en el amor. Los hombres por su parte, siempre han estado más volcados en sus propios objetos. Entonces, lo que tenemos cada vez con más frecuencia es cada uno por su lado, con sus propios objetos, ella con el niño como objeto de su amor, y él con los suyos, por ejemplo, la pornografía en internet.