La culpa en Freud está asociada a la depresión. El sentimiento de culpa puede ser tan poderoso que uno puede buscar ser castigado o actuar contra sí mismo con la intención consciente o inconsciente de expiar la culpa. Ejemplos de esto pueden verse bastante a menudo en lo que Freud llamó “Psicopatología de la vida cotidiana” cuando una persona se hace daño de alguna manera “accidental”, golpes, caídas, accidentes…etc.
Un gran ejemplo de culpa inconsciente podemos verlo en el artículo de Freud “los que fracasan al triunfar” donde podemos observar como personas que han soñado con llegar a un lugar, justo antes de llegar “lo pierden todo”.
Otro gran ejemplo el de otro artículo de Freud “los delincuentes por sentimiento de culpa”, aquellos que delinquen como una manera de ser castigados y calmar así su culpa inconsciente. Es decir, que la culpa puede llevar al crimen, y no al contrario como se suele pensar, como un modo de atribuir el sentimiento de culpa inconsciente a una causa real. La culpa inconsciente también puede aparecer desplazada, y uno puede sentirse culpable de algo banal estando la culpa originaria en otro lugar.
Pero ¿de dónde nos viene este sentimiento? Para que un sujeto se sienta culpable es necesario que exista un código moral. La génesis de la conciencia moral podemos encontrarla en la formación del “super yo”, interiorización de las normas y los ideales de nuestros padres o educadores. Si el yo del sujeto considera que el acto o el pensamiento le distancia de sus propios ideales interiorizados se sentirá culpable, y la culpa será mayor cuanto mayor haya sido el acento que el sujeto haya puesto en sus principios morales o ideales. La culpa en Freud tiene que ver con este conflicto entre el ideal y el goce.
Paradójicamente, la culpa es el afecto propio de los inocentes. Los auténticos culpables no experimentan sentimientos de culpa, sólo les preocupa ser descubiertos y castigados pero en ellos no existen los principios morales. Es por ello que en la clínica no solemos encontrarnos con perversos. La culpa es muy frecuente en el neurótico por que es a través de ella que el sujeto sintomatiza su goce. La gran neurosis de culpa es la neurosis obsesiva donde la relación con el goce es desde el exceso, goce que entra en contradicción con los ideales del sujeto. En esta neurosis también son muy frecuentes los autorreproches que luego son desplazados como agresividad contra el otro.
A propósito de este sentimiento de culpa, Lacan dice que de la única cosa que se puede ser culpable es de haber cedido en su deseo. Es decir, que de lo que nos sentimos culpables en realidad es de traicionarnos a nosotros mismos, a nuestro deseo. Por eso, cuando este sentimiento aparece hay que analizar cuál es el origen, el momento en el cual es sujeto se traicionó a sí mismo. Y es que cuando nos traicionamos a nosotros mismos la culpa aparece siempre. La culpa no engaña en cuanto que el sujeto se está traicionando a sí mismo. Así, la culpa en Lacan tendría que ver con un rechazo a la verdad del inconsciente.
Este sentimiento tiene mucho que ver con la depresión, y a veces también con la angustia. En suma, con la enfermedad. El sentimiento de culpabilidad puede permanecer mudo, inconsciente para el enfermo, donde éste no se siente culpable pero está deprimido o angustiado o el sentimiento de culpa aparece desplazado. En realidad lo que sucede es que el sujeto prefiere enfermar a asumir la responsabilidad de su deseo. No se siente culpable por que la depresión es el triunfo del no pensar, del no querer saber sobre la verdad de uno mismo. Sin embargo, en psicoanálisis el bien más preciado es el que permite pagar el precio por no ceder en su deseo, que muchas veces implica el tener que asumir el ir contra los deseos de otros. Así, la depresión es una enfermedad de la verdad. Nadie se podría curar de depresión sin querer saber, sin interrogarse a sí mismo sobre el modo en que está traicionando su deseo.
La depresión se deriva de la renuncia al deseo, del rechazo del inconsciente y de la verdad de uno mismo. Una “felicidad posible” será alcanzada en la medida en que el sujeto alcance una coherencia entre este no ceder en su deseo y la vida que lleva. Este deseo es singular y alejado de cualquier fórmula supuestamente válida universalmente.