El dolor del duelo
¿Quién no ha sufrido por amor alguna vez? ¿Quién no ha experimentado en sus propias carnes la dolorosa sensación de perder a alguien a quien ama? Y no me refiero solo al amor de pareja, un familiar, un amigo, un hijo, un padre, una madre, un proyecto, un ideal…etc, producen dolor y duelo en la pérdida.
El dolor psíquico que aparece con la pérdida de un ser amado es dolor de separación, de una singular separación de un “objeto” que al dejarnos revuelve y estremece nuestra existencia forzándonos a reconstruirla.
La pérdida de lo amado moviliza y modifica tanto nuestro psiquismo que requiere un tiempo para que todo vuelva a la normalidad, pero eso no significa que sea patológico sino que es un proceso completamente normal. De pronto, nuestro psiquismo ha perdido un vínculo que es constitutivo de uno mismo, y es la pérdida de este vínculo la que ocasiona el dolor. Así, podríamos intentar definir este dolor como el afecto que resulta de la ruptura del vínculo que nos ataba al ser o a la cosa amada. En este momento la homeostasis del sistema psíquico se rompe, debido a la tensión extrema que se produce, y provoca un dolor psíquico insoportable o dolor de amar.
¿Pero, qué sucede a partir de ahí? Pues sucede que el “yo” conmocionado tiene que defenderse de este sufrimiento, y para ello reacciona concentrando toda su energía y fuerza en un solo punto, la representación psíquica del amado perdido, es decir su imagen, su recuerdo. A partir de aquí el “yo” centra toda su ocupación en mantener viva la imagen mental de la persona desaparecida.
Podemos decir que es una manera de compensar la pérdida, cuando uno pierde a un ser querido lo idealiza por que así lo mantiene vivo de alguna manera, es una forma de no aceptar la pérdida definitiva de lo amado. Sin embargo, este mecanismo de defensa tiene un efecto contraproducente ya que intensifica aún más el dolor debido a dos causas:
1) La imagen idealizada del objeto provoca que éste se ame como jamás, pero al mismo tiempo la persona sabe que no volverá a tenerlo, y 2) al impedir que la persona pueda hacer el duelo.
Precisamente, el proceso del duelo sigue un movimiento inverso al que acabamos de describir, es decir, mientras que en el mecanismo defensivo del “yo” se produce una focalización de la energía en la representación psíquica de lo amado, en el trabajo del duelo se produce un desplazamiento progresivo de esa energía hacia otras representaciones. Hacer un duelo significa redistribuir lentamente la inversión de energía que se había puesto en lo amado para poder colocarla en otros “objetos”.
Así, cuando hablamos de duelo patológico queremos decir que la persona no consigue hacer este proceso y el “yo” queda fijado durante un tiempo indefinido a la representación idealizada del ser o la cosa amada.
En resumen, para responder la pregunta que nos hacíamos al principio ¿por qué nos duele la pérdida del amor? Podemos decir que la pérdida duele por que se produce una separación de algo que se había convertido en constitutivo de nosotros mismos, es decir que una parte de nosotros desparece con lo amado. Hemos perdido el lugar que ocupábamos en la mente del otro y en ese otro ya no existimos, luego también es una pérdida narcisista, de uno mismo.
Además, el mecanismo de defensa que utilizamos para compensar ese dolor, idealizando y mitificando la representación de lo amado tiene los dos efectos contraproducentes que hemos comentado.
Podemos decir que si conseguimos invertir este mecanismo también aliviamos el dolor, para ello necesitamos realizar el importante trabajo del duelo, retirando la energía emocional puesta en la idealización del ser amado, lo que no quiere decir olvidarle, sino colocarle en un lugar más realista, reconociendo sus virtudes y limitaciones y aceptando el hecho de que ya no está. Así podremos invertir esa energía en otras situaciones y relaciones y continuar con nuestra vida.
Maribel Sánchez. C/ González Adalid, 13.
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