La angustia. Un efecto que no engaña
La angustia, como la llamamos los psicoanalistas. Hoy en día se habla de ella en todos sitios, ya que está presente en todas partes y en todas las consultas de atención primaria y las salas de urgencia de todos los hospitales. Hoy vamos a tratar de dar alguna respuesta a este afecto que es la angustia y que se ha convertido realmente en un fenómeno epidémico.
¿Qué es la angustia y por qué se nos hace presente? La angustia es un afecto que habla y se siente en el cuerpo. Palpitaciones, sudoración, temblores, opresión en el pecho, nauseas, mareos…etc, son algunas de sus manifestaciones corporales, aunque puede presentarse bajo otras formas, pero siempre con algún síntoma en el cuerpo que da cuenta de ella.
Este fenómeno que se nos presenta a través del cuerpo es totalmente individual y subjetivo. Es decir, que no todo el mundo se angustia ante las mismas cosas. Ante un mismo hecho o situación un sujeto puede angustiarse y otro no. Pero si la angustia aparece, podemos estar seguros de que, de alguna forma, algo se ha presentado que ha convocado a ese sujeto en lo mas íntimo de su ser. ¿Y qué es esto que se presenta?
Lacan, tomando el artículo de Freud titulado “lo siniestro” se da cuenta de que esto tiene que ver con la angustia. “Lo siniestro es aquello que debiendo permanecer oculto se ha rebelado”. Es la presencia de lo inesperado y espantoso en lo más familiar. Aparece cuando hay algo que no debía estar ahí. Cuando falta la falta, que diría Lacan. Cuando algo que debía faltar se presenta. Podemos tomar el ejemplo de lo traumático. El trauma siempre convoca a la angustia precisamente por que no podía ocurrir y sin embargo ocurrió.
¿Y si llevamos la angustia al tema de las relaciones personales? ¿Qué es lo que se presenta? Según Lacan, la presencia del deseo del Otro, en un doble sentido. Se refiere por un lado, a un deseo que está en mí y no puedo reconocer como propio, aquello que siendo lo más íntimo mío solo puedo reconocer como extranjero. Lacan hace referencia a esto con el nombre de “extimidad”. La existencia del inconsciente demuestra que el “yo” es una ilusión. Es decir, que el yo no es dueño de sí mismo y que tiene deseos y afectos desconocidos para él. Cuando hay angustia quiere decir que el verdadero deseo anda cerca, y el yo se defiende de esta verdad a través de la angustia.
Por otro lado, se refiere al deseo del otro. ¿Qué quiere ese otro de mí? Esta pregunta es inquietante, ya que este otro puede querer algo no demasiado bueno para mi ser. En definitiva, lo que angustia es saber que existe otro que quiere algo de mi, pero no se qué. Lacan pone el ejemplo del macho de la mantis religiosa, que frente a la hembra, no sabe qué quiere ella de él. La angustia surgiría en este momento, en el cual, el macho aparece como objeto de un otro inquietante y enigmático.
Y ahora podríamos preguntarnos por qué esta experiencia de la angustia es cada vez más frecuente. ¿Por qué precisamente ahora que contamos con fármacos eficaces se hace progresivamente mas presente en nuestra sociedad? La respuesta viene dada en parte por la pregunta, ya que debido al silenciamiento de los síntomas provocado por la medicación, la palabra desfallece, no hay lugar para la palabra.
Este declive de lo simbólico, del poder de las palabras, tiene graves consecuencias para tratar la angustia, ya que si hay algo que puede aliviarla es precisamente esto, ponerle palabras. Puesto que la angustia siempre es señal de la presencia del deseo inconsciente, también es la via regia para su esclarecimiento. Hay que indagar en las circunstancias de la angustia de una persona y en lo que éstas significaron para el sujeto. Entonces no se trata de acallarla con medicación o terapias de choque, sino dejar hablar al sujeto y al deseo que se exprese. Darle un lugar privilegiado al poder de la palabra.
Maribel Sánchez. C/González Adalid, 13.
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